A veces, la ambición tiene una mala reputación, vista como un atributo negativo en lugar de positivo. En mi experiencia, es la ambición lo que impulsa a las personas a lograr grandes cosas: sin él, nunca se haría nada grandioso.
Según Inés Temple, presidenta de LHH-DBM Perú y LHH Chile, la ambición es mucho más positiva que negativa. Le pedí a Inés que me explicara por qué era así. Las palabras que siguen son todas suyas.
De hecho, disfruto trabajar con gente ambiciosa.
Saben lo que quieren, tienen metas claras y trabajan muy duro para lograrlas. Aceptan los desafíos y los disfrutan; saben que son necesarios para avanzar y aprender.
Las personas ambiciosas se hacen cargo de su destino y no esperan que otros se dobleguen ante sus necesidades. Tienen fuerza de voluntad y determinación. Saben adónde van y qué tienen que hacer para llegar allí. Son capaces de cambiar y estar a la altura de sus sueños, siempre atentos a las oportunidades que existen para aquellos que están dispuestos a verlos y aprovecharlos.
La ambición es un motor importante para el crecimiento y desarrollo personal. Nadie puede triunfar sin una buena dosis de ambición. Aquellos que desean ser más, saber más, hacer más, dar más o tener más, tienen un propósito y un impulso interno poderoso que los lleva a soñar en grande y llegar más lejos. La ambición los impulsa a avanzar y lograr sus objetivos. Bien orientada y apoyada en valores, la ambición refleja una autoestima sana y un mayor poder de abstracción y visualización del futuro. Las personas ambiciosas tienen un brillo en sus ojos cuando se acercan a sus metas. Vibran a un nivel superior y tienen un entusiasmo contagioso por lograr cosas. Inspiran y motivan a otros.
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Cabe señalar que ser ambicioso no implica falta de valores ni de ética. Ni falta de control ni ser manipulador, como muchos en la civilización occidental piensan a menudo. Aquí, no valoramos la ambición. Le tememos y desconfiamos de él (casi tanto como el éxito de otros). Somos muy rápidos en confundirlo con ambición desenfrenada. Es como si toda persona ambiciosa fuera intrínsecamente capaz y estuviera dispuesta a dañar a los demás. Por supuesto, hay muchos por ahí con una ambición desenfrenada, estereotipados como el malo de la historia, capaces de hacer cualquier cosa y atropellar a cualquiera para conseguir lo que quieran. Pero esto no descalifica automáticamente a aquellos con un nivel de ambición saludable y positivo para tener éxito y hacer el bien al mismo tiempo.
Por otro lado, las personas sin ambición piden muy poco de la vida y eso es lo que obtienen, poco o nada. No tienen sueños, ni visión, ni dirección ni intención clara y, por tanto, no llegan a ninguna parte. Algunos son conformistas, otros pasivos o quizás desmotivados. Muchos de ellos están amargados por la vida y no comprenden que es precisamente su falta de ambición lo que sabotea su futuro: son incapaces de imaginar su futuro y, por tanto, de crearlo por sí mismos. Las personas sin ambición no son verdaderamente honestas consigo mismas: no tienen el coraje de asumir los riesgos necesarios para tener éxito, no se edifican para alcanzar su potencial. Desafortunadamente, es como si sus alas estuvieran atadas a la espalda y ni siquiera se dieran cuenta ...
Debemos enseñar a nuestros hijos el poder de la ambición y de soñar en grande. Estos son los principales motivadores del éxito personal y colectivo. Y también debemos enseñarles que la ambición puede y debe funcionar en beneficio de los demás y de la sociedad en general.
Hoy, debemos exigir a quienes nos guiarán hacia el futuro que nos brinden una visión clara, con metas ambiciosas y desafiantes que nos inspiren a todos a lograrlas. ¡Solo de esta manera tendremos el lugar de trabajo próspero, justo y equitativo, y el mundo, que todos queremos y merecemos!